El Mundo Today

2013/06/18

Edible Animals VIII: canofagia o cinifagia

(Para Mastineras)

En aquel mundo la gente se peleaba con limas afiladas, comía perros, llevaba el rostro cubierto de tatuajes, sodomizaba cabras. [...]
Los lobos odian a los perros; y a la gente, pero a los perros los odian más. [...]
Gustav daba clases de estonio a todos los perros de la perrera. Esto no les gustaba a los adiestradores. Fueron a quejarse al brigada Evchenko:
—Le dices a la perra: «A mis pies»; y te contesta: «Nicht verstehen». [...] 
Tókar llegó a casa. Un cocker spaniel negro se lanzó a sus pies alborozado.
—Hola, «Broche», ¿cómo está mi «Broche»? —susurró Tókar, dejando caer sobre la nieve rodajas de mortadela marca «Doctor».
En casa: vodka caliente, las últimas noticias. En el cajón de mesa: una pistola.
—Ay, «Broche», «Brochito», mi único amigo... A Anikin lo licencian... Todos los demás prosperan en el mundo. El idiota de Pantaléyev está en el Cuartel General... Raizman es catedrático, tiene apartamento propio... Desde luego, Raizman probablemente tenga su propio apartamento en Maidanek... Y nosotros ¿qué, «Broche»? La zorra de Valentina no escribe, Mitya envía un caballo...
Más allá de la ventana, el frío y la penumbra. Los ventisqueros tenían la cabaña rodeada. Ni un sonido, ni un crujido; a beber y a esperar. Y cuánto tiempo habrá que esperar, eso nunca se sabe. Si los perros comenzaran a ladrar, o si se acabara el petróleo de la lámpara, uno aprovecharía para llenar el vaso.
Y así era como se dormía siempre, con su capote caqui sobre el hombro, el correaje por encima y las botas puestas. La lámpara ardía hasta la mañana. Y por la mañana yo volvería a caminar por la hollada nieve hacia las puertas, acercaría elegantemente mi palma al gorro, para luego dejarla caer lánguidamente y decir con voz cuyo timbre delataba afecto:
—¿Pasó buena noche, tío Lenia?
[...]
Por las noches caminaba a buen paso del Cuartel General a los barracones. El camino más corto pasaba a través de la zona, por delante de los barracones idénticos, bombillas de luz amarilla montadas a cable pelado. Me apresuré, sintiendo el parentesco entre el silencio y la helada.
De vez en cuando las puertas de los barracones se abrían de par en par. Un zek saltó de una vivienda cálida envuelto en una nube de vapor blanco. Orinó, encendió un cigarrillo y gritó al centinela en la atalaya:
—¡Eh, jefe! ¿Cuál de los dos está preso? ¿Tú o yo?
El centinela, enfundado en una chaqueta de piel de cordero, lo maldijo sin muchas ganas.
Se oyó un grito del cuartel meridional. Corrí hacia allí, desabotonándome los puños por el camino. Allí, sobre la pasarela de tablones, yacía el reincidente Kuptsov, aullando y señalando algo: una cucaracha que subía por la pared, negra y flamante como un coche de carreras.
—¿Qué pasa aquí? —pregunté.
—¡Tengo miedo, jefe! ¡A saber lo que esa cucaracha tiene en mente!
—Es usted un bromista —dije—. ¿Cómo se llama?
—En invierno, Guillermo; y en verano, Mariano.
—¿Por qué le encerraron?
—Por cruzar la calle de forma imprudente... con una maleta que no era mía.
—Discúlpale, jefe —dijo cordialmente el bugor Agoshin—. Aquí tenemos este humor. Un vacile inofensivo entre amiguetes, como se suele decir. ¿Quieres entrar a cenar algo?
«No les voy a hacer un feo», pensé. «Después de todo, ellos también son seres humanos, hombres por naturaleza»... Etcétera...
Comimos carne tostada sobre una estufa que había en el barracón. Luego fumamos. Alguien se puso a tocar una guitarra mientras canturreaba con voz suave y sentimental:

Cabeza alta, cariño, que yo te espero,
conciencia tranquila en ropa con desdoro.
Bajo esta abrasadora tienda kazaja
la estepa infinita brilla como el oro...

«Básicamente son buena gente», pensé; «aunque también son unos bandidos, desde luego. Pero la vida les ha lisiado. El entorno los ha devorado».
—¡Eh, jefe! —dijo Agoshin— ¿Sabes a quién acabas de comerte?
Todo el mundo se echó a reír. Me levanté.
—¿Sabes de qué eran esas chuletillas que acabas de comerte?
Mi estómago era una bomba de relojería.
—Del guau-guau del capitán, de eso. Ya sabes cuál te digo, un buen perro hasta el final...

Bajo esta abrasadora tienda kazaja
la infinita estepa brilla como el oro.
Allá donde voy, no logro encontrarte.
A la estepa nuevas tuyas yo le imploro.

—Díselo sin más —decía «Fidel».
—Esto le va a matar. El viejo no tiene a nadie, ningún amigo más que el perro aquel. No puedo hacerlo, lo juro por Dios.
—Oye, que tú eres boxeador. Tienes nervios de acero.
—No puedo, lo juro por Dios.
—Pase lo que pase, hay que decírselo.
—Sería más fácil que lo hicieras tú. Tú no tienes que tratar con el capitán.
—Yo ¿qué tengo que ver? Que se lo cuente el comensal.
—¡Por qué tienes que seguir recordándomelo! Ya me lo recuerdan las tripas cada segundo.
—Él siempre lleva una pistola en el bolsillo. Cómo sabes que no va a... ya sabes, liarse a tiros. Cuando se entere.
—¿De qué sirve hablar? Lo que le faltaba al viejo. Su mujer no escribe, su hijo es una especie de vagabundo... El «Broche» era su único amigo.
—¿Y si le envías un telegrama?
—Eso no funcionará.
—En cualquier caso, hay que decírselo. Y tú eres persona culta. Sabes hablar con todo el mundo.
—¿Qué quieres decir?
—Por algo te tienen en el Cuartel General. A cada uno le hablas de la forma apropiada.
—¿Qué quieres decir con eso?
—La mitad de los oficiales te trata de usted.
—¿Y qué?
—Que por eso algunos dicen que eres compositor.
—¿Que soy qué?
—Nada. Compositor. Que escribes óperas. O sea, a los operarios; ya sabes, que te chivas a los seguratas, a tus amigos...
Inclinándome a través de la mesa que nos separaba, golpeé a «Fidel» con una regla metálica, dejándole una señal rojiza en la mejilla. «Fidel» brincó de la silla gritando:
—¡El nene del Cuartel General! ¡Lacayo de los oficiales!
Sentí la acometida de esa oleada de furia que extingue todo raciocinio. «Fidel» se movía despacio, como un nadador. Le aticé con la izquierda, dos veces. Vi a mi alcance su barbilla redonda y bien formada; y exactamente a ella dirigí mis agravios, mi amargura, mi dolor... Un taburete salió despedido bajo las piernas de «Fidel». Después de esto, sangre en las páginas de un informe de racionamiento. Y la voz ronca del capitán Tókar, que había aparecido en la entrada:
—¿Qué pasa aquí? ¡Pónganse firmes los dos!
Bajando la vista, se lo conté todo al capitán Tókar. Él me escuchó hasta el final, alisándose la camisa. De pronto arrancó a hablar con un susurro rápido, senil:
—Me lo pagarán. Vaya que sí. El «Broche» me costó treinta rublos en Kotlas.
Aquella tarde el capitán Tókar se emborrachó. Montó un broncón en la cantina del asentamiento. Rasgó la fotografía del caballo. Maldijo a su esposa con las palabras más sucias, el tipo de palabras que perdieron su significado hace mucho. Por la noche se le vio por el generador hidroeléctrico. Quebrando fósforo tras fósforo, intentaba encender un cigarrillo expuesto al viento.
Al amanecer la mañana siguiente, yo estaba otra vez paleando el pórtico. Me dirigí a las puertas pasando ante los montones de nieve sucia.
Anduve bajo una luna tan áspera y embotada como un grafito en una tapia; y esperé al capitán, quien llegó todo derecho, impecablemente afeitado, tranquilo. Le saludé militarmente y luego dejé caer la mano de mi sien como si el esfuerzo me hubiera debilitado por completo. Finalmente pregunté con una voz cortés pero desafiante pero amable.
—Bueno, ¿qué tal se ha levantado, tío Lenia?
Serguey Dovlátov, La zona



Canofagia ¿o era cinifagia?
Decía Heráclito de Éfeso que es propio de perros el ladrar a quien no se conoce; e igualmente podía haber añadido que no menos propio de estas aberraciones genéticas (¿cómo puede un lobo degenerar tanto?) es el lamer aun íntimamente a aquellos a quienes sí conocen, así sean asesinos múltiples o en serie, incluso (lo que demuestra el grado de degeneración de esta subespecie) hinchas confesos del Petronor. No parece descabellado suponer que la proliferación, el éxito involutivo de esta degeneración del bello y noble lobo o canis lupus primigenio estriba precisamente en esta condición de cobistas natos que caracteriza a los canes, esos pelotas redomados capaces de lamer la mano que les golpea, haciéndolos adaptables a cualesquiera circunstancias, por chungas que sean, llámense “Toby”, tráeme las zapatillas; “Rexy”, atrápame a ese malandrín (¿acaso existen los gatos policía?); "Friki", sé mi único tema de conversación; “Thory”, muérdeme a ese jipi pijo; “Rudy”, acósame a esa liebre hasta que caiga rendida, cardíaca o exhausta y luego tráemela entera para hacer al ajillo; “Archy”, pastoréame estas ovejas;“Fiffy”, lámeme el clítoris (y los labios menores por su cara interior). Etcétera.


A lo que aquí nos interesa
¿Es comestible el canis lupus? Lupus est, homini, canis. El lobo, para el hombre, es un perro. Pleistoceno, ocho de la mañana. Una manada de lupi dirigida por un macho excepcionalmente innoble y cobista (un mastín de los Cárpatos, ya, más que un lobo) decide a iniciativa propia asistir a una manada de hómines sapientes en la tarea ya rutinaria de rodear y alancear hasta la muerte a una vaca con el coño algo más grande, también conocida como mamut lanudo. La manada de hómines autollamados sapientes demuestra su sapiencia recompensando los servicios prestados a la manada de lupi degenerati mangiamerda por el procedimiento de arrojarles los despojos del banquete consiguiente, al tiempo que, gracias a su dominio del fuego, mantiene a raya cualquier potencial tentativa por parte de los morally challenged wolves de reclamar una porción mayor o mejor del festín; establece, en fin, desde el principio mismo de la cooperación, relaciones de manada dominante a manada dominada, pues ya se ha visto cómo la iniciativa de emprender esta cooperación sumisa parte de los lobos degenerados, que a diferencia de los primigenios, no son comestibles en la edad adulta, pues comen mierda, tanto propia como ajena. Así pues, los lobos degenerados sólo son comestibles de cachorrillos lact-antes de que empiecen a comer mierda.
Entre lobos no degenerados un macho que reconoce su derrota en un duelo contra otro por la consejería delegada de la manada expresa su rendición tendiéndose boca arriba: ofrece garganta, vientre y genitales a su rival; y éste, demostrando la nobleza de la especie, interrumpe entonces mismo las hostilidades; indulta al enemigo que podía haberlo matado hace nada; y lo hace justo en el momento en que su enemigo, con idéntica nobleza, se sometía a su merced; es magnánimo por obligación dictada de su nobílitas cuando por conveniencia le valdría mucho más no serlo. Entre lobos degenerados o canes, tengamos por seguro que aceptaría la invitación. Eso, suponiendo que su rival tuviera la nobleza de cursársela, pero ya se ha encargado el hombre de que no sea así. ¿Cómo? Degradando la nobleza lupina a sometimiento canino, manipulando genéticamente la especie durante milenios con el único fin de envilecerla, esclavizarla, ponerla al servicio de los más funestos caprichos y manías humanos e inhumanos; traicionando el propósito de la selección natural al seleccionar invariablemente a los individuos más adaptables, no para la vida, sino para la sumisión; desechando a conciencia lo que pugna por sobrevivir en lo que quedaba de los nobles y bellos lobos prehistóricos, hasta degenerarlos en chihuahuas o sambernardos, mastines o lebreles, pachones o perdigueros, caniches o rottweilers; canes y canas en fin, aptos para someterse a cualesquiera circunstancias artificiales, mejor cuanto más humillantes, llámense “Muffy”, hazme sentir protegida (y amenazado a todo aquel que pase por el camino público a 50 metros de mi casa); “Snowy”, “Lucky”, “Rusty”, “Buddy”, “Rocky”, “Cody”, “Sparky”, “Misty”, tiradme del trineo como cabrones, o como hay Dios que agarro a uno, lo aso vuelta y vuelta y me lo como delante de los demás, que así seguro que luego el trineo anda más ligero, o ya no os acordáis de cuando me comí a “Sapristy” y cómo corríais luego, eh, cacho cabrones, más motivación es lo que os hace falta; “Polly”, moléstame lo indecible, a todo el vecindario, yo incluida, con tus ladridos de protesta porque nunca te dejo salir de casa; “Coby”, ayúdame a dar la Imagen Adecuada la vez diaria que me sacas de casa (¿quién pasea a quién?); “Curly”, méteteme al fango del pantano para sacarme esa polla de agua que acabo de abatir de certero disparo; “Dalay”, sé mi único/mejor amigo de perroflauta y te prometo que cualquier día de éstos aprendo a tocarla. Etcétera.

Ebúrnea ola (Ivory Wave)
Tradicionalmente los cachorrillos desechados durante el citado proceso de selección artificial negativa (ningún 'perro de agua' nada mejor que un lobo) han servido como fuente de proteínas escasa pero altamente simbólica en el mundo rural, cuya economía dictaba que nada se tira y todo sirve a un propósito. Así, las constantes preñeces ni deseadas ni evitadas de las perras de pueblo se solucionaban por la vía pragmático-iniciática; a saber, cediendo cada camada recién parida a los quintos del lugar para que resolviesen el problema restableciendo el equilibrio ecológico y cultural. En efecto, antes de entrar en quintas tenían ocasión de demostrar hombría exhibiendo el que consideraban su principal atributo: la más desalmada insensibilidad. Repartirse por turno los cachorrillos para ir dándoles muerte de formas atrozmente imaginativas les servía para dejar claro sin lugar a dudas que ellos eran unos puros machos nada dados a sensiblerías y en los que por lo tanto se podía confiar. Con ellos, mariconadas las justas, que para eso eran unos tíos despiadados con todo lo que hay que tener y sin nada de lo que no hay que tener para mantener una familia y abrirse paso en un mundo dog-eat-dog. El rito de paso consistente en ir sacando del saco puppies recién nacidos para sacrificarlos, por ejemplo, lanzándolos contra una tapia, entre las risotadas aprobadoras del grupo, preparaba inmejorablemente para la vida adulta moderna, corroboraba que uno estaba libre de esos molestos escrúpulos, debilidades que incapacitan para hacer lo que es debido en cada momento, asumir la propia responsabilidad. Probar perro era pues privilegio de aquellos dispuestos a matar perro sin contemplaciones, ocupar su lugar en la sociedad, demostrar su virilidad de forma cruel pero por eso mismo indudable y a fin de cuentas civilizada en el pleno sentido del concepto. Compárese, si no, su conducta con la del canófago Michael Daniel, de Waco (Tejas), quien surfeó la ola ebúrnea devorando al spaniel del vecino. Pero vivo. Coño, Michael Daniel, el spaniel hay que matarlo antes de consumirlo, sobre todo si ya ha empezado a comer mierda, para empezar y, para seguir, si ni siquiera era tuyo. Contén tu agresividad con el spaniel, Michael Daniel, y/o cambia de mello online. Una cosa es que no sea noticia que un perro muerda a un hombre y otra, hombre de Dios, que los agentes enviados a reducirte no están preparados para presenciar según qué escenas, ni menos para que, cuando les manden a reducirte, encima vayas y te resistas a la Autoridad lanzándole tus propios intestinos. Un poco de consideración con la Autoridad competente, Michael Daniel, que no puede ella permitirse que la pongas en su sitio en materia de guts, ni tener a sus efectivos varios meses de baja por motivos psiquiátricos.


La receta: brochetas de canis lupus a la tailandesa para dos canófagos
Averiguar en la sección correspondiente de los anuncios por palabras una dirección de un vecindario respetable donde regalen tiernos cachorrillos de canis lupus degenerado recién nacidos a quien los cuide bien. Tras establecer contacto con el anunciante, presentarse en su hogar haciendo gala, sin esforzarse demasiado, del comportamiento más comedido y canófilo posible, disipando así toda sospecha, de cualquier forma harto improbable, de ser unos bárbaros devoradores de perritos calientes. Siempre con este fin prodigaremos sobriamente cuantas gracias, zalemas y sonrisas de compromiso sean convenientes para ofrecer la Imagen Adecuada y ganarnos así la confianza de los pobres incautos que van a suministrarnos el principal ingrediente de este plato, especialmente si entre ellos hay ancianos y/o niños, gente especialmente agilipollada con los putos perros. Inquirir de forma educada y discreta si los tiernos cachorrillos están vacunados (pues de ser así no nos servirán para las brochetas por muy tiernos que estén) y tomar nota mental de detalles, como la raza o el pedrigrí, que pudieran influir en las propiedades organolépticas del plato.

Elaboración: Sacrificar, desangrar y desollar los proyectos de canes lupi, cortando en dados la carne más aprovechable y desechando los cortes menos lupinos. Majar en el mortero un diente de ajo y 100 g de nueces de macadamia, con dos cucharadas de salsa de soja, otras dos de aceite picante, una pizca de sal y el zumo de un limón. Incorporarlo a la carne de guau-guau, mezclando bien todo y dejándolo macerar en la nevera, tapado, durante no menos de media hora. Entretanto hacer unas brasas o precalentar el horno a 200°. Montar las brochetas alternando la carne con pimiento, cebolla, calabacín, nabo, puerro, brécol, espárrago triguero, tomate cherry o lo que te ladre la luna para matar un poco el sabor a chucho. Wof, wof, wof. Rico-rico-rico como el paté que Barbara Rose le hizo a su amante esposo Oliver con el perro de éste, “Bennie”, a good dog to the last bite.

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